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Conózcame

José Vicente del Valle Fayosplay_arrowlink

Nació, creció y se complicó la vida. Hubiera podido ser domador de erizos o coleccionista de corchos de cava, pero se le ocurrió estudiar informática. Concretamente, Ingeniería Informática, que es como informática pero con más siglas y más insomnio. Mientras otros niños jugaban al fútbol, él desfragmentaba discos duros. No por necesidad, sino por placer. Esto ya decía cosas sobre él. Cosas preocupantes.

Luego vino la fase de los másteres. Porque uno no se hace a sí mismo sin antes pasar por el proceso burocrático de certificarse. Y claro, ya que estaba metido hasta el cuello en la piscina del conocimiento, decidió tirarse de cabeza a por el doctorado. No por estatus. No por dinero. No por prestigio. Sino por la misma razón por la que alguien escala el Everest: porque estaba ahí. Porque nadie se lo prohibió. Porque la montaña del saber tiene un albergue con WiFi.

Yo

Hoy edita una revista digital. Una en la que se habla de software, de cocina y de actualidad. Sí, todo junto. Porque en algún momento de su vida decidió que el conocimiento no debía compartimentarse. Lo mismo te explica cómo montar una API RESTful que la receta de un buen sofrito. Y entre medias, una columna sobre la absurda deriva del mundo. Es decir, lo normal.

No cree en el “emprendimiento disruptivo” ni en el “éxito en 7 pasos”. Cree en el esfuerzo, en el código limpio y en la necesidad de comentar las funciones, aunque duela. Le gusta la informática como a otros les gusta el cine de autor: sabiendo que a veces es un tostón, pero que hay belleza en la estructura, si sabes mirar. No programa para ganar seguidores. Programa para que el universo sea un poco menos caótico.

Se toma en serio la ciberseguridad, pero también sabe reírse de los que usan “123456” como contraseña y luego culpan al router. Le apasionan las buenas prácticas, el código que respira y la arquitectura de software con sentido. También las caminatas largas, las fotos de árboles con niebla y el silencio que se hace de cosas bien pensadas. En ocasiones, duerme. De lado.

No tiene respuesta a todo. Pero hace preguntas incómodas. Preguntas como: ¿por qué seguimos imprimiendo documentos para firmarlos a boli? ¿Por qué nadie lee los términos y condiciones pero todos se indignan cuando los espían? ¿Por qué si todo el mundo dice que “la informática es el futuro” aún hay quien cree que Internet se guarda en un USB?

Es de los que opinan que la excelencia no es un punto de llegada, sino un trayecto lleno de caídas, depuración y aprendizaje. Que un buen programador no es quien lo sabe todo, sino quien sabe dónde buscar cuando no sabe nada. Y que un sistema bien hecho debería funcionar incluso cuando tú no estás. Pero si estás, mejor.

Y así pasa los días: entre líneas de código y líneas de texto, entre lo tangible y lo intangible. No para brillar, sino para entender. O al menos, para dejar constancia de que alguien, en algún lugar, intentó hacer las cosas bien.